El Metro de Madrid se ha visto envuelto, como muchos ya
sabéis, en una polémica en torno al precio de los billetes univiajes
comparándolo con el de las principales ciudades del mundo (Nueva York, Londres
o París) entre otras muchas, más que nada porque no se puede comparar el tren
de vida de estas ciudades y los salarios mínimos interprofesionales.
Al margen de los datos, que evidencian una información
sesgada y que ha sido denunciado por algunos de los usuarios, mi experiencia
por el Metro de Madrid, ciudad donde resido desde hace cuatro meses, no ha sido
mala. Es cierto que funcionan con bastante frecuencia y une bastante bien una
ciudad, que es a priori, lo que se podría esperar de un servicio como este.
Hasta ahí bien. Si bien es cierto, que el metro es por
excelencia un lugar de paso, donde el tráfico de pasajeros, las prisas y porque
no decirlo, la sensación de formar parte de un ganado que recorre en manada los
pasillos con un apetito voraz de prisa que, en algunos casos, parece
insaciable. En los pasillos del Metro, a modo de laberinto, nadie sabe bien
donde va, pero todo el mundo mira hacia delante y sigue los pasos, con
esperanza de encontrar una salida que le saque de las cloacas de la ciudad.
Entiéndase cloacas, por encontrarnos en el subsuelo.
Sin embargo, no hay nada que merezca la pena en el Metro que
resulte reseñable. Todo es tan medible, previsible y sin magia que me hacen
extrañar otros metros como el famoso y más antiguo Tube de Londres. Aunque más
eficaz que el de la capital británica (sin cortes los fines de semana y
notablemente más económico) no hay huellas en los recovecos de los pasillos.
Todo es neutro, las estaciones completamente iguales y sin duda, los pocos
músicos que abarrotan las entrañas del Metro de Madrid no tienen la chispa que
se encuentra en el Tube de Londres.
Los viejos saxofonistas
del metro, hacen transportarnos mientras vamos con prisa por el mundanal
tumulto de gente y agobio, recordándonos que hay vida más allá de nuestros
acelerones. Echo de menos el encanto y
la magia que encontré allí, ya que uno va buscando desplazarse rápido para
llegar a la parada y se encuentra que el mejor viaje lo puedes encontrar en
cualquier esquina, recoveco de bajo tierra y eso, visitantes de la travesía, no
se paga con nada en el mundo. Allí se lo toman en serio y en cada estación encontramos un mural diferente, que nos hace deleitarnos la vista y olvidarnos del agobio. La estación de Charing Cross es un buen ejemplo de ello, aunque no es la única ni mucho menos. Que tomen
nota los de Metro de Madrid. Seguro le dará mejor resultado que la campaña con
la que nos bombardean a diario en sus asépticos túneles y vallas publicitarias de la siempre
estresante capital madrileña.
Tomarlo con calma y abrir vuestros oidos. A veces, los mejores viajes, se hacen sin moverse... ¡Buen viaje!