martes, 10 de enero de 2012

El Metro desde otro punto de vista


El Metro de Madrid se ha visto envuelto, como muchos ya sabéis, en una polémica en torno al precio de los billetes univiajes comparándolo con el de las principales ciudades del mundo (Nueva York, Londres o París) entre otras muchas, más que nada porque no se puede comparar el tren de vida de estas ciudades y los salarios mínimos interprofesionales.

Al margen de los datos, que evidencian una información sesgada y que ha sido denunciado por algunos de los usuarios, mi experiencia por el Metro de Madrid, ciudad donde resido desde hace cuatro meses, no ha sido mala. Es cierto que funcionan con bastante frecuencia y une bastante bien una ciudad, que es a priori, lo que se podría esperar de un servicio como este.

Hasta ahí bien. Si bien es cierto, que el metro es por excelencia un lugar de paso, donde el tráfico de pasajeros, las prisas y porque no decirlo, la sensación de formar parte de un ganado que recorre en manada los pasillos con un apetito voraz de prisa que, en algunos casos, parece insaciable. En los pasillos del Metro, a modo de laberinto, nadie sabe bien donde va, pero todo el mundo mira hacia delante y sigue los pasos, con esperanza de encontrar una salida que le saque de las cloacas de la ciudad. Entiéndase cloacas, por encontrarnos en el subsuelo.

Sin embargo, no hay nada que merezca la pena en el Metro que resulte reseñable. Todo es tan medible, previsible y sin magia que me hacen extrañar otros metros como el famoso y más antiguo Tube de Londres. Aunque más eficaz que el de la capital británica (sin cortes los fines de semana y notablemente más económico) no hay huellas en los recovecos de los pasillos. Todo es neutro, las estaciones completamente iguales y sin duda, los pocos músicos que abarrotan las entrañas del Metro de Madrid no tienen la chispa que se encuentra en el Tube de Londres.

Los  viejos saxofonistas del metro, hacen transportarnos mientras vamos con prisa por el mundanal tumulto de gente y agobio, recordándonos que hay vida más allá de nuestros acelerones.  Echo de menos el encanto y la magia que encontré allí, ya que uno va buscando desplazarse rápido para llegar a la parada y se encuentra que el mejor viaje lo puedes encontrar en cualquier esquina, recoveco de bajo tierra y eso, visitantes de la travesía, no se paga con nada en el mundo. Allí se lo toman en serio y en cada estación encontramos un mural diferente, que nos hace deleitarnos la vista y olvidarnos del agobio. La estación de Charing Cross es un buen ejemplo de ello, aunque no es la única ni mucho menos. Que tomen nota los de Metro de Madrid. Seguro le dará mejor resultado que la campaña con la que nos bombardean a diario en sus asépticos túneles y vallas publicitarias de la siempre estresante capital madrileña. 


Tomarlo con calma y abrir vuestros oidos. A veces, los mejores viajes, se hacen sin moverse... ¡Buen viaje!

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